El único remedio para el ardor de mis pies era caminar cada vez más rápido por ese desierto interminable. Afortunadamente la única carga que levaba eran mis hombros partidos por el sol del mediodía.
Carecía de una brújula que me indicara la dirección que estaba siguiendo; sin embargo contaba con otra brújula que me señalaba el grado de deterioro de mi salud: y era la palma de mi mano. La miraba una y otra vez para seguir la cuenta regresiva hacia la extinción de mi ser. Cada vez más seca, cada vez más dura y áspera.
En un momento dejé de transpirar, inesperadamente… y nunca supe si había sido obra de mi cuerpo o de mi mente. Ese hecho enigmático me salvó la vida y me permitió llegar al mar, donde la encontraría a ella.
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1 comment:
ja! las manos, las manos y los hombros y los pies como brújula, como recordatorio, como herramienta cuando las cosas queman o se ahogan.
sigo leyendo...
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