Ella permaneció suspendida en un espacio sin aire ni gravedad y extraño a mis sentidos. El naufragio que nos separó también marcó el inicio de su inmortalidad. La mantuvo intacta, cristalizada en ausencia del sol.
La luz tenue del atardecer me permitió descifrar las claves del mar. Entender el significado de esa señal intermitente que produce el agua al tocar la piel. Sentí por fin su presencia: el temblor de sus piernas inmersas en el agua fría del amanecer al otro lado del océano. El sol que entonces me abandonaba, emergía al otro lado del planeta para fundir la cámara de hielo que la había conservado durante tanto tiempo.
Finalmente nos vimos reflejados en el espejo de agua que había roto nuestra cadena de hierro para proclamarse como único vínculo en nuestra vida. Tan basto para unirnos y mostrarnos el atardecer y el amanecer al mismo tiempo.
Era hora de arrancar una flor del mar y dársela para sellar el fin de la última era glaciar. Besarla para olvidar la breve metáfora de mi vida durante su ausencia. Y arrojar una llave al mar para que pueda abrir el cofre que quedó en nuestro camarote, ahora hundido.
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1 comment:
uffffff!!!!
estoy un poco impresionada, debo decirle.
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