Esta semana ocurrió un terrible accidente ferroviario en Ciudad de México. La estructura de un puente colapsó ante el paso de un tren, éste cayó al vacío y dejó como saldo decenas de muertos y heridos.
¿Cuál fue la causa? ¿Error de diseño, falla de los materiales, uso inapropiado, errores de construcción, falta de mantenimiento, o un atentado?
A priori se podrían descartar las hipótesis del uso inapropiado y la falta de mantenimiento; ya que se trataba de un puente inaugurado hace menos de diez años, por el cual sólo pasa una carga de peso estandarizado. A posteriori, se deberán peritar planos y memorias de cálculo (errores de diseño); estado y origen de los materiales (falla de los materiales); y procedimientos de montaje (errores de construcción).
Sonará obvio, pero por más que el peritaje técnico determine qué fallo, la pesquisa no debe finalizar en este punto. Ni aunque se haya identificado al ingeniero responsable que firmó los planos y dirigió la obra. Porque lo técnico no responde cómo, ni a quién, ni por qué se le contrató el deficiente servicio de ingeniería de diseño, ni la deficiente provisión de materiales, ni la deficiente construcción. A esta altura del camino de la pesquisa, como si fuera un roadtrip que atraviesa diferentes ecosistemas, empiezan a desaparecer los técnicos/ingenieros, para dar lugar a los burócratas, políticos y su característica elusión de responsabilidades.
Casi la mitad de mi vida (para ser exacto, el 40%), he sido profesor e investigador académico de Gestión de la Calidad Industrial. Una de las principales actividades de la Calidad es investigar qué falló y cómo, para que no se repita. En determinado momento descubrí que en la Cátedra nos quedábamos cortos de herramientas para analizar ciertos modos de falla; porque muchísimos quedaban dentro de la gran bolsa de “errores humanos”, tipo: “Ah, listo. Ahora nos quedamos más tranquilos. Como fue un error humano y errar es humano: caso cerrado.” Tipo, no. Así fue como, gracias a la ingeniería, me gané una beca en sociología; para investigar acerca de las causas sociológicas de ciertos problemas de la ingeniería. Es decir: cómo diagnosticar y resolver problemas organizacionales, para evitar que deriven en problemas de índole técnica.
En Argentina, los trenes no aparecieron como resultado del desarrollo económico; sino más bien como principio propulsor del desarrollo económico. Un caso más en la regularidad criolla de anteponer la decisión política al orden socioeconómico alcanzado. Una doctrina decisoria de cariz militar, típica en la historia del desarrollo industrial argentino. En efecto, casi todos los proyectos que requirieron enormes capitales nacieron en el seno de las Fuerzas Armadas como decisiones estratégicas, o sea: cueste lo que cueste. Los casos más emblemáticos son el petróleo (YPF); el carbón (YCF); el acero (SOMISA); explosivos, químicos y armamento (Fabricaciones Militares); y la aeronáutica (Fábrica Militar de Aviones). Si ponemos este portafolio de negocios bajo la perspectiva del cronograma bélico internacional: entre el fin de la Conquista del Desierto (1884) y el comienzo de la Guerra de Malvinas (1982), las Fuerzas Armadas se dedicaron casi exclusivamente a administrar empresas y órganos estatales. Léase: la última amenaza externa que se les interpuso antes del primer Sea Harrier, fue un mapuche con boleadoras.
No alcanzan las palabras, ni el tiempo, ni los laureles para honrar a quienes combatieron y dieron su vida en estas condiciones: héroes y mártires. La arrogante y descabellada supremacía de lo estratégico, del “cueste lo que cueste”, nos costó la vida de decenas hombres y chicos inocentes y, hasta el día de hoy, mata de hambre a cientos más porque es incompatible con el principio de sustentabilidad económica. Hace tiempo que este principio impulsor de la política económica, de cariz militar, se filtró en la política civil y se combinó con la endémica filosofía política de la nostalgia; lo cual torna imposible soltar lo que ya no sirve. Por no soltar ni empresas deficitarias ni órganos inútiles ni anhelos nacionalistas, se le quitan recursos a la educación, la salud, la seguridad, y, por supuesto… a los trenes. Esta escena refuerza la hipótesis de que, en Argentina, el Estado es un fin en sí mismo: recauda fondos de forma compulsiva para gastarlos en sostener empresas quebradas, órganos inútiles y anhelos nacionalistas, cuyos recursos terminan canibalizándose, y, a fin de cuentas, la sociedad recibe una contraprestación deficiente, nula, o incluso negativa: cuando provoca decenas de muertes, como una guerra sin recursos o un tren sin frenos.
Quiérase o no, ésta es la cultura organizacional del Estado Argentino; forjada durante unos 150 años: tan autoritaria e ineficiente que se vuelve ineficaz y tautológica. El Estado como fin en sí mismo. Y en los últimos años, el “cueste lo que cueste” fue siendo reemplazado discursivamente por términos más atractivos como “público” y “gratis”; pero a los efectos prácticos y concretos, la pobreza se sigue multiplicando. Será muy difícil cambiar esta cultura organizacional sin resistencias feroces ni consecuencias trágicas: porque pocos ven que lo gratis se paga con el IVA de las lentejas. Curiosamente, el partido político que más ha permeado las estructuras del estado con afiliados fue fundado por un militar, y es el mismo que hoy celebra el “Estado Presente” y hace treinta años dejaba a miles de empleados públicos en la calle sin ningún tipo de contención ni contemplación. En la montaña rusa del Peronismo, todas aquellas empresas estatales terminaron quebradas, privatizadas y gloriosamente re estatizadas. Y por “gloriosamente” me refiero a pagar 10 veces lo que valían. En resumidas cuentas: sobre llovido y mojado, se pasó a un nivel exacerbado de rechazo al concepto contable de “origen y aplicación de fondos”. Ya nadie sabe de dónde viene la plata ni a dónde va: de esta forma un empleado bancario sin más propiedades que un auto hecho pelota puede acumular, en sólo una década, terrenos que suman una superficie equivalente a la de la Isla Gran Malvina.
La pregunta que aún no respondimos es cómo analizar una hipótesis de atentado ferroviario. Creo que es especialmente difícil porque deberemos atravesar la disociación entre lo legal y lo legítimo. Según la Real Academia Española, “atentado” puede definirse como:
1. m. Agresión o desacato grave a la autoridad u ofensa a un principio u orden que se considera recto.
2. m. Agresión contra la vida o la integridad física o moral de alguien.
3. m. Der. Delito que consiste en la violencia o resistencia grave contra la autoridad o sus agentes en el ejercicio de funciones públicas, sin llegar a la rebelión ni sedición.
4. m. p. us. Procedimiento abusivo de cualquier autoridad.
Fantástico: según la segunda y la cuarta acepción del término, tanto poner una bomba en las vigas del puente, como adjudicar por izquierda la construcción a una empresa sin antecedentes técnicos, configuran un atentado. Más aún: tienen los mismos efectos catastróficos. Desgraciadamente, ante la ley, las consecuencias penales de un acto u otro son totalmente diferentes; y ante la opinión pública, que hace justicia con el voto, pareciera que también las consecuencias empiezan a ser diferentes. Y esto último es lo más patético: volvieron a votar a quienes atentaron contra la vida de decenas de personas.
Mi opinión al respecto es que, sin ingeniería político-social, sería imposible mantener fuera de la cárcel a los responsables políticos directos de un accidente ferroviario causado por corrupción; y menos aún que su partido pueda volver a ganar elecciones en el corto plazo. La Ingeniería Social, en su función de manipulación de masas, tiene por objeto allanarle el camino al ordenamiento legal que un gobierno o grupo de poder desea imponer. De a poco va instalando un nuevo orden legítimo (normas, valores, nociones del bien y del mal, nociones de identidad nacional, amigos y enemigos, internos y externos, y validación de prejuicios) para que el nuevo ordenamiento legal no choque con el orden social legítimo original. En esta misión, los medios de comunicación son fundamentales, porque sirven para amplificar y reforzar una idea a martillazos. Eventos aislados del enemigo, compatibles con prejuicios preexistentes, serán percibidos por la opinión pública con fuerza de realidad sistemática. Con ello, se cumple el doble propósito de (i) amplificar eventos aislados de maldad ajena y (ii) reducir la típica maldad propia a la condición de casos aislados, a los ojos de la opinión pública. Esta capacidad de disimular una maldad propia como caso aislado y desacoplarla del corpus del partido, requiere un intenso trabajo de, primero, politólogos, luego de sociólogos y, por último, de abogados.
La famosa “transversalidad” que pregonaba el Kirchnerismo en sus orígenes (¿recuerdan?) no es ni más ni menos que la estructura de ingeniería político-social-legal que le permite acoplar lo que le convenga y desacoplar lo que no le convenga. Ante la sociedad, disimulan su cinismo y falta de escrúpulos con mecanismos-excusas de índole político-legal, más el abuso de la palabra “pragmatismo”. En este sentido, al Kirchnerismo no lo definen sus objetivos, sino sus métodos. Volviendo a la Gestión de la Calidad, este movimiento es una suerte de ISO 9001:
- La organización ISO certifica con un sellito que las Empresas X y Z operan según las normas ISO 9001.
- A diferencia de una franquicia de hamburguesas, a ISO no le interesa si X fabrica porongas de goma y Z fabrica crucifijos. A X tampoco le interesa lo que hace Z, ni viceversa. A ISO sólo le interesa cómo lo hacen.
- En contraprestación, ISO recibe dinero.
- Si X se desvía del método ISO, ISO le retira la certificación y Z ni se entera.
- Ni ISO ni Z se ven afectados por las faltas de X.
- Conclusión: volvieron mejores.
Como Ingeniero y Sociólogo, puedo afirmar algo: los problemas sociológicos pueden ser tan o más complejos que los problemas de ingeniería; y los errores sociológicos pueden ser tan o más catastróficos que los errores de ingeniería. La gran diferencia son las consecuencias penales: nunca, bajo ningún concepto, un sociólogo irá preso por dolo, error o negligencia profesional. Casi como un político.
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