La Guerra está Servida



Nos quedó clara la inminencia de la conflagración cuando en los diarios apareció nuestra hermana-madre Italia soltándonos la mano y denunciándonos ante el tribunal de La Haya por haberle puesto eñes a los Gnocchis alla Bolognese. Profundo desamparo y amarga congoja. No pudimos comer más Ñoquis a la Boloñesa (sic) por decisión de la corte internacional, porque eso representaba un insulto a la cultura italiana… casi un crimen de odio.

La policía de la denominación de origen nos estaba tocando la puerta de casa a uno por uno; obviamente con la ayuda de algunos cipayos infiltrados en las agencias gubernamentales de control.

Después siguieron las clausuras masivas de pizzerías, la rotura de vidrieras, las corridas, los incendios, el colapso de la Avenida Corrientes y la dolorosa acusación de que eso que comíamos con devoción a la salida del teatro no era pizza, sino una especie de tarta autóctona con abuso de un queso que tampoco era mozzarella, según la corte internacional. Quebraron los teatros y los artistas quedaron mendigando en la calle, al igual que los pizzeros; porque nadie en su sano juicio saldría a comer afuera tartas.

Más tarde se supo que en esa movida estuvo también metido un brazo de la Camorra.

De todos modos, la primera hostilidad no vino del frente italiano. Fue precedida por la crisis de los turistas extranjeros, que protestaron violentamente contra las agencias de viaje que los trajeron a Buenos Aires. Fue una época de gran confusión. Los turistas amotinados explotaron por varios factores: la barbacoa tejana, la comida cajun-creole, los bares-subte-neoyorquino, los bares-prisión-federal, los bares-empire-state y, por supuesto, las hamburguesas.

“Oooh… I’m sorry, sir. But I thought this was Argentina. I want my money back. I didn’t come all the way down here to eat fried-chicken-topped-BBQ-rib-flavored-fucking-burgers in an art-deco-roof-top-bar with a nice view. Oh, no. I came all the way down here to eat a trully original Argentinean asado with a side order of deep-fried-chimichurri-empanada-sticks and watch muchous gauchoes doing gaucho stuff. OK?”

A los guiris se le sumaron los turistas progres gringos y las protestas callejeras no tardaron en expandirse de manera violenta. Incluso, muchos foodies internacionales venían a Buenos Aires meramente a protestar por la falta de propuestas gastronómicas autóctonas. Y cuando todos creíamos que no iban a parar hasta dejar hecho cenizas el último local de comidas rápidas, aparecieron las fuerzas de choque: los patriotas de lo foráneo, los colaboracionistas del paty.

Ante la inoperancia argentina, las embajadas sofocaron a las progresías turísticas sin perder tiempo; aunque sin tocarles un pelo ni traer tropas. De eso se encargaron los esbirros argentinos entrenados en suelo norteamericano.

El Escuadrón Hamburguesa o The Burger Task Force (BTF), como prefieren ellos: letal milicia entrenada en el elusivo arte de ni amasar ni condimentar la carne molida para conformar el pattie; francotiradores del bacon crocante y el pan de brioche sutilmente enmantecado. Sus tiros fueron muy precisos. Quirúrgicos.

La crisis de los turistas fue el primer entrenamiento realista para la BTF en calles porteñas. Pero aún faltaba la primera batalla contra la resistencia local.

Las guerras no se ganan meramente con tropas entrenadas. También se necesita una ideología que les insufle espíritu. De lo contrario, sólo serían soldados de barro. De ahí el poder de La Résistance: una confluencia entre la superioridad numérica de los “albondigueros” y la legitimación estratégico-filosófica de la Nomenklatura Gastronómica Híper-Autóctona (NGHA).

Su himno los empoderaba ensalzando valores nacionales y populares condimentados con rimas de cancha, pero revelaba cierta dosis de sincretismo gastronómico: “Yo al paty lo amaso con ajo, pan rallado y perejil. Si para vos es una albóndiga, para mí sos alto gil.”

La NGHA nació como un grupo de argonautas y exploradores gastronómicos latinoamericanos (muchos ex soldados de la fortuna en Europa) que buscaron tan profundamente lo autóctono en nuestra tierra, que llegaron a cruzar hacia la zona de lo híper-desconocido. O sea: hacían platillos tan autóctonos que no los conocían ni sus propias madres.

En esa paradoja antropológico-dimensional quedaron atrapados durante milenios, hasta que pudieron volver a esta realidad con la llave interdimensional del sincretismo gastronómico. Ahora sólo ellos saben caminar por la triple frontera entre lo híper-autóctono, lo híper-desconocido y el sincretismo culinario. Ellos manejan a la perfección la kombucha de mate y los gyozas de salicornia fueguina. Y eso no es fusión. No, no. No se les cuestiona, se les cree. Operan elusivamente como meros críticos a la Cocina Internacional, tanto en el plano cultural-antropológico, como en el plano cientificista-biologicista. Si bien el lazo político entre la NGHA y los albondigueros es de corte cultural; la propiedad y reproducción del acervo científico-biológico es su objetivo primordial. Y lo defenderán a muerte.

Cuando la diáspora vuelve mundiales a las creencias locales y a las convenciones municipales, tu vecino santiagueño puede hacer mejores ravioles que una auténtica nonna toscana; entonces ya no importa dónde nació ni tu soldado ni tu enemigo: salís a buscarlos por todo el mundo… Las cruzadas de la receta original perdida.

La guerra está servida; pero aún estamos decidiendo si defendemos la originalidad de lo autóctono, de lo foráneo, la reinterpretación cruzada de ambos extremos, o el legado maculado o inmaculado de la diáspora. Lo importante es pelear a muerte por cuestiones sintácticas, ortográficas y la discusión bizantina de la quimérica receta original.

(Continuará)

1 comment:

Anonymous said...

Hermoso. Palito para influencers?