Un barco de tierra









Hay un barco que nunca zarpó y hoy arribó a destino, después de casi treinta años.

Mucha humedad en el interior del barco. Paredes podridas y pintura arruinada. Los camarotes, bastante chicos; y el aire acondicionado ruidoso, pero nos arrullaba (y no recuerdo haberlo visto fallar nunca).

El salón de fiestas, de facto, se convirtió en bodega, para guardar pertenencias de pasajeros que ya no viajan más. Jamás olvidaremos esos techos de ingeniería; tampoco el molíno, que aunque no nos pertenecía totalmente, era nuestro.

Hay cucarachas en el piso (acaba de pasarme una por al lado), arañas en las paredes y ratas en el techo. Huele a humedad y su oscura apariencia es siniestra. Pero no podemos pedir más.

De noche hacía ruidos y crujía. Y a lo lejos, en las noches de calor, se oían marchas que se aproximaban infinitesimalmente, pero nunca llegaban; también se oían trenes lejanos que en una época sólo atravesaban campo. Aún nos preguntamos quiénes viajarían allí.

En invierno, se sentía olor ahumado en todos lados, salvo en el barco, que olía a gas.

Tardaron varios años en exorcizar el sistema eléctrico y los muebles, que de tan obsoletos, ya están de moda nuevamente.

Pero por lo menos comíamos bien y en el agua la pasábamos bien.

Hoy, después de casi treinta años, llegó.

2 comments:

Orlok said...

Me dio nostalgia. Me recordó el castillo de mi infancia en transilvania

Alelí said...

aia!
cualquier lugar que nos remita a la infancia tiene ese poder.

me alegra que el vieja haya terminado...tantos años debe ser agotador.