¿Por qué denomina “ahijús”, a los haikus?

Porque no puedo escribir haikus. Tendría que ser japonés y asumir el budismo zen hasta las últimas consecuencias para hacerlo honestamente. A más, el haiku no es como el soneto, una forma a la espera de lógica poética, si el centro mismo de su gracia reside en la simultaneidad con que las palabras hablan lo que ven, bajo biorritmo ancestral. Hubiera sido gracioso, a mi criterio, cultivar el haiku en Colegiales, un barrio de Buenos Aires. De modo que me conformé con la exclamación gauchesca, hecha de sorpresa y dolor, como cualquier poesía que nos pertenece. Lo mío se podría calificar más bien en la línea de una pretensión retórica, aliada a un vago cocoliche. Por el aprovechamiento indisciplinado de lo que llega, a lo que le profesamos mucha admiración, pero igual afrontamos con la respiración del país. Lo mío es nada más que literatura, no una creencia religiosa o algo así. Un veloz soneto enanito.

(Palabras del amigo Javier.)

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