Meditaciones de Mónica Kowalsky

Ese único banco vacío en la clase… ahora está ocupado. Tantas cosas nos separan. Hasta la “y”, la letra conjuntiva por excelencia nos separa. Paradójico. ¿Las paradojas serán señales? ¿O las letras? Menos letras, menos palabras… Síntesis: La composición de un todo por la unión de sus partes. Sigo sin ver el todo, ni la unión… mi “y” me divide. Paradójico.

¿Quiénes estarán del otro lado de la línea? ¿Serán reales?

Me siento tan estúpida yendo a hablarle, a sacarle algún tema de conversación. Haciéndole comentarios que evidencian tanto lo pendiente que estoy de él. Tan estúpida. ¿Y para qué? ¿Para qué me obsesiono con él? ¿Qué fuerza tengo yo para arrancarle su anillo de oro?

Ese impulso por cuidar a alguien que ni conocemos. Que lo sentimos tan familiar y nada que ver… Como cruzarse un famoso por la calle. Ni te registra. Ni se da cuenta que lloraste como una perra por él cuando le pasaba una desgracia en la película que protagonizaba. Todo es una fantasía. Fantasías generadoras de angustia. O fantasías que desentierran angustias reales… Y alegrías. Las fantasías son herramientas, palas… para cavar y encontrar esos tesoros perdidos.

La catarsis, ese estado del alma que sólo se conseguía en el teatro… En la fantasía. El juego de la identificación que nos permite tener una vida en borrador. ¿Es la realidad la única verdad? ¿Qué es real? ¿Sólo lo explicable? ¿Lo que está fuera del escenario?

¿Qué busco en él? ¿Salvarlo? ¿De qué?

Esta angustia no deja de ser real porque sea inexplicable. Es un “todo” cuyas partes son dos: mi obsesión y ese pedido tan espontáneo, aparentemente sin fundamentos, que lo dejó con la boca abierta. Una angustia real, aunque sintética y profunda; que proyecta algo muy difícil de desenterrar. Un acto fallido.

Sus excusas me angustian… su “no depende de mí”… Su excusa inapelable, que justifica todo, todo, todo. Que tantas veces la repite cuando habla por celular. ¿Es una excusa o es nuestro destino irremediable, que nada dependa de nosotros? Estar preso en un caudal vertiginoso, en una jaula que se desplaza, una enredadera de obligaciones, de “deber ser”, de imponderables… Y ni nos damos cuenta. Incluso pagamos por ello. Nos subimos al tren y miramos para adentro cuando alguien nos grita con desesperación desde el andén. ¡Bajate, bajate!

Yo no soy quién para gritar en el andén. Máxime cuando traté de locos y exagerados a quienes lo hicieron por mí.

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