La culpa: un comodín

La crisis energética argentina, la bulimia y la exitosa refundación de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial tienen un factor en común: la culpa.

La culpa representa diferentes papeles según la ocasión o según su manipulación. No obstante, se trata de un recurso poderoso en cualquier caso; tanto para destruir, como para construir. A raíz de este poder inmenso, sólo algunos tienen la templanza para tolerarla o manejarla; mientras que la gran mayoría no sabe qué hacer con ella y se la pasa a otros, como si quemara.

Aquél que haya sido testigo de las diferentes manifestaciones de la culpa, debe agradecer a Dios (o a quien quiera). Es posible identificar la obra de esta fuerza psicológica a simple vista en ciudades, políticas de gobierno, patologías, ideales y peleas, entre otras cosas. Pueden hacerse muchas cosas con la culpa: admitirla, rechazarla, adoptarla, transformarla o reprimirla. Lo que se haga con ella es una cuestión cultural; y aquí van los ejemplos:

(1) Berlín era la capital de la Alemania nazi. Era la cabeza que albergaba a la ideología más violenta jamás vista por el hombre, la cual estuvo a punto de sumir al mundo entero en las densas tinieblas del terror. Afortunadamente, las acertadas tácticas, la oportuna estrategia del desembarco en Normandía y el imparable avance de las fuerzas aliadas decapitaron a esta bestia descontrolada llamada Wehrmacht. Pero detrás de esta vorágine de odio se encontraba un pueblo decidido a eclipsar a la deshonra con virtud: el pueblo alemán; el cual supo reconocer sus errores y admitir la culpa de todas las aberraciones cometidas por sus gobernantes. Es necesario remarcar que Berlín fue completamente arrasada por los bombardeos, fue reconstruida con la ayuda de sus antiguos enemigos, fue cercenada por el inmutable muro y, finalmente, fue unificada por la voluntad de este pueblo admirable. Por ello, no cabe duda que esta ciudad alberga un pasado sumamente violento y casi imposible de soportar. Sin embargo, Berlín es hoy en día la capital de la mayor potencia europea, y eso se debe a que el pueblo alemán tuvo la templanza de vivir con la culpa de, entre otras cosas, tener varios millones de muertes en su haber.

(2) En otro extremo se encuentra el efecto de la culpa asociada con la fragilidad del género humano: la bulimia. Aquí se presenta el sentimiento de culpa sin fundamentos concretos. El bulímico rechaza, a posteriori, lo que disfrutó sin barreras en determinado momento. Desafortunadamente muchas personas padecen este mal a raíz de la adopción de culpas que no les corresponden. Lo que en un día significó genuino placer, hoy significa arrepentimiento.

(3) En el tercer y último caso se presenta una de las facetas más viles de la obra de la culpa: su negación. Un ejemplo de la admisión de la culpa sería la reconstrucción de la supremacía alemana; un ejemplo de la adopción de la culpa sería la destrucción de la sanidad mental de la persona humana; y un ejemplo del rechazo de la culpa legítima es la Argentina de Kirchner. Un pueblo que no admite sus errores es un pueblo que no crece ni se desarrolla. Aquí pareciera que la culpa quemara: nadie se atreve a abrazarla. Se hace caso omiso al hecho de que la grandeza reside en la victoria frente a los acechos del entorno y no en el rechazo de aquellos escenarios que choquen contra el programa utópico.

En definitiva, lo importante es evitar la paradoja a la cual lleva el choque entre el complejo de inferioridad vs. el complejo de superioridad, tal como fuera publicado el 25/01/05 y no olvidar que el tirano es tirano tanto hacia la izquierda como hacia la derecha.

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