Muchas veces nos hemos deleitado con las historias de algún amigo y muchas otras veces hemos recurrido al consejo de algún otro amigo. Lo curioso es que al pedirle un consejo al primero, seguramente nos aconsejó recurriendo a la evocación de un hecho que le ocurrió y al consultarle al segundo sobre alguna experiencia en particular, pesó más en su discurso el análisis de laboratorio de dicha experiencia, que la vivencia en sí misma.
Es importante advertir que en la forma de interlocución de cada individuo subyace un sistema de pensamiento particular a cada uno, gestado conforme a un proceso bohemio -en el primer caso- y aristocrático -en el segundo caso-.
¿Por qué bohemia y aristocracia? - Simplemente porque asocio al bohemio con el personaje que vaga por el mundo probando suerte, y este errático recorrido lo lleva a encontrarse en las situaciones más diversas; mientras que el aristócrata me resulta un personaje que se mueve en círculos sociales más reducidos y gran parte de su tiempo libre lo pasa en su hogar volcándose a la introspección.
Generalmente el bohemio se desenvuelve mejor en un grupo de gente extenso, mientras que el aristócrata se ve frustrado en tal situación. Esto se da porque el bohemio tiene la posibilidad de deleitar a quienes lo rodean con un repertorio de anécdotas que divierten pero no involucran ni comprometen tanto al oyente -como en una charla íntima que podría auspiciarle un aristócrata-. Y la involucración es clave en el contacto con un tercero, ya que lleva a éste a desnudarse frente a un ser que en ciertos aspectos es desconocido.
Pero más allá de los casos extremos, lo importante es no limitarse a ser un relator de anécdotas ni a ser un ermitaño poco afable.
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