El Apartheid Argentino



No pretendo elaborar una tesis ni una teoría. Tan solo hilaré recuerdos, observaciones, simplificaciones, exageraciones y opiniones que, a lo sumo, podrían servirle a algunos para disparar hipótesis de investigación; y a otros, para disparar en mi contra.

Traduzco algo que recuerdo haber oído en Sudáfrica: “El fútbol es de los negros, el rugby es de los blancos y el cricket es de los indios”. Y no me refiero a una anécdota de cuando Mandela estaba en prisión; sino una de hace cinco años, cuando Gillian, mi guía, me contaba cosas mientras me llevaba en su auto a conocer el Estadio Ellis Park en Johannesburgo. Paramos unos minutos para sacar unas fotos al templo del rugby y seguimos hacia el denominado Maboneng Precinct, un barrio muy cool ubicado en el corazón de Johannesburgo. Tiendas, restaurantes, puestos de street food, fábricas recicladas, hostels, murales modernos y mucho arte. Y también negros, blancos e indios (en términos de mi guía) dentro del mismo perímetro. Cool y multicultural. Sin perjuicio de ello, Gillian me advirtió que yo era “demasiado blanco” para caminar más allá de dos cuadras a la redonda del Maboneng Precinct; motivo por el cual me recomendó quedarme dentro del “Precinto” (Precinct). Evidentemente cambiaban las reglas fuera de éste.

Diré algo obvio para algunos: si bien el apartheid no existe oficialmente más en Sudáfrica, persisten elementos de índole social y económica que dividen a negros, blancos e indios. Incluso, en ocasiones, esto se asemeja a un contrato tácito: “vos no andes por acá, yo no andaré por allá, y así evitaremos problemas”.

Ahora crucemos el Atlántico con estas ideas.

Algunos optan por una filosofía del derecho consistente en legislar una vez alcanzado determinado orden, y no viceversa. Argentina, desde su Constitución, en general optó por la viceversa: legislar para que las cosas ocurriesen. Por ejemplo: Estados Unidos primero se ordenó y luego se constituyó; mientras que Argentina (viceversa), copió la Constitución estadounidense para ver si se ordenaba de una santa vez. Lo cual no ocurrió, por supuesto.

La política argentina se ha caracterizado por gobernar y regular a espaldas (o en contra de) de sus representados, de sus condiciones, y de su economía. Es decir: imponer ordenamientos legales antes de haberse alcanzado un orden social o económico determinado. Y esta disociación ha llegado a tal punto que el Estado, en lugar de ser un medio para el bienestar de la Sociedad, se fue convirtiendo en un fin en sí mismo.

La pregunta es: ¿cómo subsiste un sistema de gobierno que se opone al bienestar de la sociedad que lo sostiene? Bueno, no existe una única respuesta: puede subsistir con una tiranía, con una dictadura, o con un apartheid.

Algunos defensores del apartheid solían omitir el detalle de la supremacía blanca y lo planteaban como un razonable y fructífero sistema de “desarrollo separado”. Lo promocionaban como la mejor forma de promover el máximo desarrollo de cada etnia, en arreglo a sus posibilidades técnicas y respetando su marco cultural. De esta manera, fraccionaron a la mayoría negra en diferentes subgrupos tribales, les quitaron la mayoría para (y la esperanza de) ser representados en el gobierno y se los trataba como extranjeros si salían de su demarcación geográfica. Y esta solución, en apariencia complicada y cínica, era muchísimo más eficiente que esclavizar y arriar a punta de fusil a miles de obreros negros hasta las minas. Esa artificial sensación de autonomía, también servía para prevenir sublevaciones mayúsculas.

En los últimos años, pareciera que Argentina desea romper con su tradición de anteponer la regulación al orden alcanzado, pero de una manera tan particular como autóctona. Resulta curiosa la alineación de la etnografía, la ingeniería social y la codificación/aplicación legal en forma de cerrojo. Si bien no puede afirmarse que esta alineación esté orquestada o planificada de forma centralizada; se observa la sorprendente confluencia de (i) conceptos de cultura popular surgidos de excelentes trabajos de la antropología social; con (ii) manipulaciones más mezclas de datos y prejuicios arraigados en sectores de la opinión pública, típicas de la más rancia ingeniería social; y con (iii) políticas públicas que le imprimen el sello regulatorio a los engendros instalados por la ingeniería social.

Volviendo al Rugby: tras la muerte de Maradona, pudimos observar una feroz campaña de repudio y carpetazos a integrantes de Los Pumas. La tibieza del réquiem puma dedicado al astro popular detonó un despliegue de carpetazos que rescataban bravuconadas twitteras (misóginas y racistas, por cierto) de algunos jugadores cuando eran menores de edad. Los tiros fueron lo suficientemente certeros como para darle a estos Pumas y así desencadenar su suspensión del plantel. Esta inflamación no hubiera sido posible sin antes haberse insistido incesantemente en asociar al rugby con el “cheto-opresor”, y el “cheto-opresor” con el fenotipo blanco. Obviamente, a la ingeniería social le importa muy poco que el deporte más popular de Argentina (el fútbol) no haya sido inventado por tobas o diaguitas ni que lo disfrute con fanatismo toda clase social y todo fenotipo; pero sí parece interesarle reinstalar en la opinión pública ciertos temas  que hace mucho tiempo ya habían perdido efervescencia en Argentina, y que no se habían usado explícitamente con fines políticos: que hay cosas exclusivas de hombres "blancos".

En simultáneo y en oposición, desde algunos órganos gubernamentales se busca instalar la existencia de lo "negro". Sí, lo "negro". Asumir todo lo afro descendiente como "negro" y visibilizarlo mediante observatorios sostenidos con dinero público… pero omitiendo magistralmente que en Chubut se encuentra una de las poquísimas colonias afrikáner (también se los conoce como Bóer: africanos blancos con ancestros mayoritariamente neerlandeses y de lengua afrikaans) que existen en el mundo fuera de, por supuesto, África. Tal vez fue una omisión no intencional; pero de cualquier modo, ayuda a la ingeniería social la omisión de mostrar africanos blancos que llegaron a la Patagonia huyendo de los campos de concentración ingleses de las guerras Bóer. Porque la idea es seguir embutiendo el relleno del chorizo conceptual (o boerewors conceptual) blanco-cheto-opresor-rugbier.

Y a propósito de esto último... ¿por qué cuernos aquellos exiliados afrikáners habrán decidido venirse justo a la Argentina? Por la misma razón que sus co-provincianos galeses; y la misma que los irlandeses (mayor colectividad en el mundo fuera de los países de habla inglesa), gallegos, alemanes, escoceses, polacos, japoneses, bolivianos, italianos, armenios, paraguayos, coreanos, suizos, belgas, chilenos, vascos, franceses, chinos, daneses, rusos, croatas, serbios, sirios, libaneses, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera: porque alguna vez Argentina fue un país próspero donde podían salir de la pobreza y evitar la persecución política, étnica o religiosa.

Lamentable y lentamente, a partir del año 1930, la Argentina empezó a dejar de ser un refugio contra la pobreza y la persecución. Allí comenzó su interminable camino ascendente de inseguridad jurídica, expulsión y segregación de la población. El camino pasó también por aquél gobierno-estado que con una mano recibía jerarcas nazis y con la otra empuñaba un micrófono para amplificar, invertir y dotar de condescendencia paternal a ciertas sintaxis preexistentes y clasistas (“descamisados”). O sea, la idea no era desmantelar el despectivo clasismo preexistente en sectores de la alta sociedad, sino reciclarlo y amplificarlo para un nuevo uso deliberadamente político. Y subrayo los fines políticos en contraste con la justicia social; porque al menos cabe preguntarse por qué tanta gente de los más lejanos rincones del mundo querría venir y establecerse en la Argentina si, según el político más influyente de la historia argentina, era una máquina de picar trabajadores.

Setenta y cinco (¿75? ¡75!) años después, un algoritmo similar de ingeniería socio-política vuelve a ser comisionado por el mismo partido político; que ya no apaña nazis, aunque sí jerarcas latinoamericanos de cuestionables principios democráticos. Un movimiento que cambió supremacía blanca por supremacía político-burocrática. Y que también cambió trabajadores por desocupados; porque si hubo algo en lo que este movimiento sobresalió de forma sostenida, coherente y exitosa fue en combatir al capital.

Hoy nos encontramos ante un partido político a quien le resulta insuficiente dirigirse a los trabajadores para conseguir votos y perpetuarse en el poder. A mediados del Siglo XX era razonable prometerle inclusión a una masa de trabajadores precarizados; porque aunque se trataba de un país desigual, éste sacaba de la pobreza  a los inmigrantes, contaba con reservas en oro, una industria competitiva y un PBI per cápita entre los más altos del mundo. Hoy en día hay más indigentes que profesionales, un 50% de pobres, industrias abandonadas y un PBI de mitad de tabla mundial. Entonces al movimiento le resulta imprescindible apelar a otros recursos: lo mítico-religioso, los enemigos del pueblo, el empleo público infinito, los planes sociales universales, el cuestionamiento de la meritocracia, la legitimación del orgullo de permanecer en la pobreza y de no pertenecer a cierta casta social o “raza” (los chetos-blancos-neoliberales-terratenientes-oligarcas-opresores-rugbiers). En resumen: requieren seguidores-votantes que apuesten mayoritariamente a lo emotivo/irracional.

Desde ya que el origen de muchos de los problemas de Argentina es anterior o externo a este movimiento político (¿religioso quizá?). Sin embargo, sí le caben dos reproches: (i) gobernó a nivel provincial y nacional la mayoría del territorio y del tiempo democrático desde la Segunda Guerra Mundial y lo único que creció fue la pobreza y la desigualdad; y (ii) remplazó la vieja oligarquía terrateniente-político-militar por una oligarquía político-burocrática-sindical cuya filosofía económica es la suma cero. Un Estado empresario que necesita subsidiar sus empresas quebradas con fondos que provienen del capital que combate. Alfa y Omega de un país que convirtió al Estado en un fin en sí mismo. El Estado Grande por el Estado Grande. Ni eficaz ni eficiente: axiomático, tautológico y vaciado.

Entonces: ¿qué ofrece alguien que no tiene nada? Ofrece promesas, cosas inmateriales, y cosas ajenas. Dentro del rubro promesas, la más fructífera es la venganza. La venganza contra un enemigo imaginario o que ya no existe; pero que resulta necesario mantenerlo vivo o imaginable a fuerza de chorizos conceptuales embutidos por la ingeniería social. Dentro del rubro de cosas inmateriales están el sentimiento de pertenencia a algo trascendental (lo religioso del movimiento), el mito del “país rico” que sólo basta con expropiarlo y repartirlo y, además, la concreta dispensa de respetar las reglas: podrás bloquear las calles, podrás ocupar terrenos ajenos, podrás construir fuera de norma y colgarte de la electricidad, podrás robar, podrás incluso matar y hasta tirar catorce toneladas de piedras contra el Congreso de la Nación que no deberás rendirle cuentas a nadie. Y, finalmente, dentro del rubro de cosas ajenas, está el dinero de los contribuyentes convertido en gastos superfluos, empleo público, viáticos, subsidios y clientelismo.

De esta forma llegamos a un orden establecido compuesto por una casta superior político-burocrático-sindical que maneja el país a su antojo y se beneficia económicamente; una casta paupérrima sin más obligaciones que votar periódicamente a la casta superior; y, por último, una casta de contribuyentes forzada a sostener económicamente a todo el sistema, amenazada por el monopolio de la violencia y la presión fiscal más alta del mundo. Un sistema con reglas y posibilidades de desarrollo diferentes según el estatus social; o sea: un apartheid.


2 comments:

  1. Esto es magistral: "¿qué ofrece alguien que no tiene nada? Ofrece promesas, cosas inmateriales, y cosas ajenas.". Felicitaciones.

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