Me pasó como en Fight Club...

... cuando el protagonista se encuentra con su alter ego sentado al lado en el avión.

Pero en este caso era una chilena linda y buena onda y nos repartimos la fila de cuatro que iba vacía; salvo por nosotros dos, claro.

Charlamos, quedamos en contacto y nos mandamos mails.

Pero necesito un tercero para dar fe que existe una chilena linda y buena onda.

Esto se politizó demasiado

Lo dijo Alabama; y Valentina, al principio lo desestimó.

Después lo dijo Orlok.

Valentina lo confirmó.

No se Ustedes; pero me parece que esto se politizó demasiado.

Escabio


Qué lindo es el paulatino adormecimiento de piernas y el repentino sentimiento de hermandad y amor por la vida.

Sentimiento de hermandad que voltea barreras, prejuicios y hace que, por ejemplo, uno rememore deliciosamente delante de todos, la vez que manejando completamente ebrios, fuimos de putas, con droga encima y casi terminamos en cana. Delante de todos, incluyendo la novia de aquél, que lo miraba con odio y confusión.

Hicieron todo lo posible para que no siguiera contando, pero era tal el sentimiento de gratitud con la vida que continué contando la gloriosa anécdota con lujo de detalles. La novia de aquél, que compartía la cena con nosotros, por algún motivo quedó borrada de mi vista. La obvié, la omití; ni siquiera le pregunté si quería algo, cuando volví a la cocina para traer más escabio.

El instante de soledad en medio de un pedo grupal... Momento donde uno evoca la felicidad de estar vivo y toma conciencia de la torpeza de sus movimientos. Y dice "uuuuuuuuuuuuh" cuando se golpea contra el marco de una puerta.

Al volver de la cocina, con un Martini Rosso medio pasado (porque ya no quedaba más nada), todos intentaron remontar la situación afirmando que yo estaba diciendo boludeces. En un momento de lucidez, atiné a decir "Naaaaaaa, esdddaba jjjodiéeendo".

Pero no fue suficiente.

Al día siguiente amanecí solo y mi culpa sólo podía ser eclipsada por mi dolor de cabeza. Llamé a todos y nadie contestaba, hasta que...

Puchos


Que rico es tener hambre cuando hay puchos.

Pero no hay.

La puta digo.

Entonces agarro las llaves del auto. Salgo. Prendo el auto, pongo la radio, doy marcha atrás y me la pongo contra el árbol. Algo se desconecta, la batería o algo; y el auto no vuelve a arrancar. Dejo el auto así como está y salgo corriendo, me tropiezo y caigo al barro, gateo un poco por el barro, me levanto, patino, se me tuercen las piernas y caigo nuevamente al barro. Por fin salgo del barro, sigo corriendo pero no me dan los pulmones. Toso. Toso y saboreo sangre. Sigo corriendo y veo una bici sin dueño, abandonada; miro a todos lados y la agarro.

Pedaleo y llego al kiosco. Cerrado. Desarmo a patadas el manubrio de la bici y rompo el vidrio. Entro al local y me abalanzo sobre el mostrador. Tiro todo y me lastimo el codo. Puteo en esperanto. Me froto. Sana sana. No hay Camel. No hay Camel. Después de todo esto no hay Camel.

OK, Phillip Morris. Zafa.

Salgo a través de la ventana rota, acomodo el manubrio de la bici y me vuelvo pedaleando. Dejo la bici donde estaba. Estaciono el auto y abro la puerta. Pero no abre y me doy de lleno la jeta contra la puerta. Está cerrada. Dejé las llaves en el auto. Vuelvo al auto y las busco. Vuelvo a la puerta y la abro.

Me siento en el sofá, abro el paquete de puchos y...