Las noches en Marte eran solitarias



Salía a caminar un rato hasta que se me acababa el oxígeno.

Tampoco les entendía un carajo.

Entonces me iba a dormir temprano.

Monstruosas Antorchas


Los invasores dejaron estas estructuras. Se ven desde el bosque.

La radiación altera las fotos, aunque sólo la imagen de los árboles. Las enormes antorchas no se ven afectadas por el fenómeno.

Pasarán años hasta comprender qué carajo pasó.

***Fin de la transmisión***

Salimos con Henry


Ya era tarde, estaba leyendo un libro y apareció Henry. Me dijo que saliéramos un rato... Que no es bueno estar encerrado.

Fuimos a tomar algo por Pilar.

A la vuelta, Henry se agarró a piñas con el remisero. Como siempre.

Un día cerré la puerta...

Y no salí más. Y crecieron plantas adelante de la puerta. Y se oxidó todo. Y...

Recuerdos de la Cueva


Años después, Morgan volvió a tierra firme para recuperar algunos valores olvidados en su cueva*. Esperó la marea baja para poder acceder y entonces descubrió que sólo quedaban sus botellas de licor de naranja amarga. Del resto, nunca supo qué pasó.

Cogió una botella por el cuello, de un tarascón le quitó el corcho y, desanimado, bebió hasta el hartazgo.

Demasiado borracho para anticiparse a la marea alta, apareció ahogado la mañana siguiente.

En cierta medida, nos sentimos culpables de su desgracia.

*Coordenadas: 12°35′37″N 81°42′19″O

El Hombre Palmera


La gente soñaba a los pies del Hombre Palmera y él los arrullaba. Les contaba secretos indescifrables.

La gente siempre recordaba bien al Hombre Palmera, porque siempre lo encontraban en lugares paradisíacos.

La gente y el Hombre Palmera vivían en armonía hasta que un día, sin querer, el Hombre Palmera dejó caer un coco en la cabeza de la hija del alcalde del pueblo y éste lo mandó a matar.

El Hombre Palmera no pudo huir, porque ya había echado raíces en ese lugar tan querido.

La gente, entristecida y llorando, recogió los cocos que yacían dispersos en la arena; y una noche de lluvia, los sembraron bajo la mansión del malvado alcalde.

Los cocos germinaron y, sin prisa y sin pausa, brotaron pequeñas palmeras que fueron creciendo debajo de la mansión. Cada día que pasaba, al alcalde le costaba más y más entrar a su casa y, por tanto esfuerzo y sudor, una noche cayó enfermo. Luego de varios días en cama, el hombre decidió retomar sus actividades y salió de su casa apresuradamente.

No se dio cuenta que su casa estaba a varios metros de altura y, ante la mirada atónita de todos, cayó desde lo alto y se hizo mierda.

Interrupción


El payaso que teníamos sentado al lado nos interrumpió y empezó a hacer una solemne presentación de sí mismo y de sus logros.

¿A quién le interesa?

No importa.

Interpretamos sonrisas estériles para ahuyentarlo y sofocamos la conversación con intermitentes miradas hacia otro lado.

Qué extrañas muecas hace con su boca. Exacerbada prudencia, timidez y sinceridad derribadas al vuelo por una expresión tan grotesca. Cómo explicarlo... Boca en pose simultánea de preocupación y confesión. Una suerte de sonrisa invertida.

¿Cómo comprobar sus logros? ¿Es consciente de su abrumadora inverosimilitud? ¿Es un loco, un mitómano o simplemente es un buen hombre que se tomó unas copas de más?

No importa.

Me pregunta si soy judía. Le digo que soy menonita. Me pregunta si nuestra religión nos permite volar. Le digo que sí, que de la mano del Señor todos podemos volar. Me dice que no se refería a eso, sino a viajar en avión. Le respondo que por supuesto, ya que la inventiva humana es un reflejo de la providencia divina y que ahora mismo me toca mi minuto de meditación.

Se levanta y va a buscar otra cerveza. Nos levantamos y nos vamos.

¿Pero no falta mucho todavía para la partida del vuelo?

No importa.