No existen las premoniciones. Aún no existe el futuro. No hay videntes en esta galera romana… Simplemente, desde el inconciente de algunos remeros emerge el próximo e inevitable golpe del tambor que marca el ritmo. Y entre ellos, unos pocos saben que ese tambor no es sino una densa niebla que late y envuelve a la embarcación. Es inútil amotinarse, remar en reversa o luchar contra la niebla. La marcha de esta nave infernal merma en la medida que los remeros quieran y tengan el valor de saltar por la borda.
Ciclos y pulsos que marcan un ritmo. Algunos naturales: como el día y la noche, las estaciones del año, las olas, las vibraciones del suelo, la menstruación, el latido del corazón o el acto sexual. Otros que no lo son: el semáforo, el tono del teléfono, el péndulo del reloj, la luz de guiño, la luz de las torres, la entrada al trabajo, la salida del trabajo, el carrito de la impresora, la vida útil de un producto, la llegada del tren, la partida del avión, la clase de aeróbic, el hit pop, el mundial de fútbol, la corriente alterna, las ondas de radio, la señal de wi-fi, etc., etc., etc. Algunos pueden percibirse con los sentidos y otros no; el hecho es que llegan, se van, envuelven y atraviesan a todos.
El hombre siempre vivió pendiente de los ciclos naturales y esa dependencia devino en curiosidad y familiaridad. La curiosidad lo llevó a migrar, observar los astros y hacer calendarios; mientras que la familiaridad lo llevó espontáneamente a concebir nuevos ciclos de los cuales, paradójicamente, se hizo dependiente. A su vez, la alteración -real o aparente- de los ciclos naturales fue la fuente de sus mayores preocupaciones, depresiones e incluso terrores: una arritmia cardiaca, una agitación, la menopausia o un eclipse solar. Luego de levantarse, desgraciadamente volvió a caer, pero esta vez en el pozo de los ritmos que él mismo institucionalizó: una alteración en alguno de ellos es capaz de llevarlo de la alegría a la irritación o de la depresión a la muerte. No es extraño que el hombre sea naturalmente adicto a los ciclos y pulsos. Lo suben y lo bajan, como una hamaca… o una droga.
Mientras ese ritmo no se altere bruscamente, las levaduras que producen el vino no se enterarán que se están ahogando en su propio alcohol y las langostas no sabrán que están siendo hervidas lentamente para agasajar a los invitados del gran banquete.
***
El ciclo de la rutina. De casa al trabajo... Por la autopista: cada tantas rayas blancas del pavimento, un poste de luz; y cada tantos postes de luz, un cartel mostrando una mujer en bikini. Pulsos repetitivos e hipnóticos… como el ruido del subte cuando marcha. Pulsos como el del teléfono o señales como la del fax, que anteceden a toda conexión. El tren está llegando a la estación.
El pulso nos conecta, nos encadena, nos anuncia la entrada al sistema y su ausencia nos indica la desconexión con el sistema… La ausencia del pulso en el teléfono nos preocupa, como la ausencia del pulso en la muñeca de una persona tirada en el suelo.
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Ciclos y pulsos que marcan un ritmo. Algunos naturales: como el día y la noche, las estaciones del año, las olas, las vibraciones del suelo, la menstruación, el latido del corazón o el acto sexual. Otros que no lo son: el semáforo, el tono del teléfono, el péndulo del reloj, la luz de guiño, la luz de las torres, la entrada al trabajo, la salida del trabajo, el carrito de la impresora, la vida útil de un producto, la llegada del tren, la partida del avión, la clase de aeróbic, el hit pop, el mundial de fútbol, la corriente alterna, las ondas de radio, la señal de wi-fi, etc., etc., etc. Algunos pueden percibirse con los sentidos y otros no; el hecho es que llegan, se van, envuelven y atraviesan a todos.
El hombre siempre vivió pendiente de los ciclos naturales y esa dependencia devino en curiosidad y familiaridad. La curiosidad lo llevó a migrar, observar los astros y hacer calendarios; mientras que la familiaridad lo llevó espontáneamente a concebir nuevos ciclos de los cuales, paradójicamente, se hizo dependiente. A su vez, la alteración -real o aparente- de los ciclos naturales fue la fuente de sus mayores preocupaciones, depresiones e incluso terrores: una arritmia cardiaca, una agitación, la menopausia o un eclipse solar. Luego de levantarse, desgraciadamente volvió a caer, pero esta vez en el pozo de los ritmos que él mismo institucionalizó: una alteración en alguno de ellos es capaz de llevarlo de la alegría a la irritación o de la depresión a la muerte. No es extraño que el hombre sea naturalmente adicto a los ciclos y pulsos. Lo suben y lo bajan, como una hamaca… o una droga.
Mientras ese ritmo no se altere bruscamente, las levaduras que producen el vino no se enterarán que se están ahogando en su propio alcohol y las langostas no sabrán que están siendo hervidas lentamente para agasajar a los invitados del gran banquete.
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El ciclo de la rutina. De casa al trabajo... Por la autopista: cada tantas rayas blancas del pavimento, un poste de luz; y cada tantos postes de luz, un cartel mostrando una mujer en bikini. Pulsos repetitivos e hipnóticos… como el ruido del subte cuando marcha. Pulsos como el del teléfono o señales como la del fax, que anteceden a toda conexión. El tren está llegando a la estación.
El pulso nos conecta, nos encadena, nos anuncia la entrada al sistema y su ausencia nos indica la desconexión con el sistema… La ausencia del pulso en el teléfono nos preocupa, como la ausencia del pulso en la muñeca de una persona tirada en el suelo.
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El tren está llegando a la estación. Ella despierta con la imagen de su padre besando a otra mujer y un dolor muy particular en el abdomen. Su ciclo ha entrado en resonancia con los pulsos que pululan a su alrededor. Ahora puede ver los labios de su padre en contacto con los labios de otra mujer, aunque ella no lo sepa, ni lo haya presenciado… Intuición femenina.
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