Podría definirse de la siguiente manera:
“Eficiencia es la medición del uso de los medios necesarios para cumplir ciertos objetivos respecto al uso óptimo (o razonable) de los mismos, durante determinado plazo de tiempo.”
Está claro que el concepto de eficiencia perdería importancia si no estuviera relacionado al cumplimiento de un objetivo. Pero lo que no queda claro es qué es “razonable”. Lo razonable depende de la época y de la entidad que persigue esos objetivos. Por ejemplo: era razonable en 1850 tener un gran número de esclavos trabajando en los campos algodoneros del Sur de EEUU; mientras que hoy no sería razonable. De la misma manera que en esa misma época no hubiera sido razonable tener a 20 esclavos trabajando para fabricar una pieza de carpintería; cuando con un carpintero capacitado hubiera bastado.
Afortunadamente la esclavitud ha ido desapareciendo desde 1850 y, por otro lado, han ido apareciendo ciertas dimensiones que amplían el alcance de la eficiencia; de manera tal que dicho concepto dejó de tener una correspondencia biunívoca con lo estrictamente económico. En tal sentido… ¿Cuánto tiempo se tardó en incluir la dimensión ambiental en el cálculo de la eficiencia de una organización? Por lo menos el tiempo suficiente para tener el agua, la tierra y la atmósfera con los niveles de contaminación y degradación que presentan en la actualidad. O sea, ya no es razonable destruir la flora, fauna y comunidades autóctonas de una región selvática para construir un gasoducto ni verter químicos tóxicos en los ríos para teñir prendas de vestir.
¿Y cuánto tiempo más se tardará en incluir la dimensión de la calidad de vida del personal en el cálculo de la eficiencia de una organización? Por lo menos el tiempo que le demande a los señores de traje y corbata comprender que ya no es razonable comportarse ni como cazadores-recolectores ni como caníbales.
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