Arrolladitos Primavera

Una vela a mi izquierda y otra a mi derecha. La hornalla encendida y una olla encima de ella. La oscuridad peleaba con el resplandor anaranjado por un lugar en la pared de azulejos. El transformador estalló y no había luz… En realidad sí había luz, pero a baja tensión. Y en ese caso prefiería apagar las luces, porque me resulta tétrico el color de las bombitas cuando se encienden a baja tensión.

Hace tiempo que no hablamos ni sabemos nada del otro y quizás por eso te vi en mi cocina cortando coles chinas mientras esperaba que el arroz estuviera listo. Después me senté a oscuras en el sillón de la TV y te vi cuando me contabas en un bar que tu novio no sabía nada de lo nuestro. Pero habiendo sido lo nuestro algo tan efímero, hubiera sido mejor que se lo cuentes para quedar libre de culpas y, quizás, reavivar la llama de tu relación… Porque no todos los tropiezos llevan a una caída.

La luz volvió y apagué las dos velas. Pero volví a encender una para que esté a mi lado mientras escribo. Aunque la vela fue superada por la bombita, sigue vigente su función en el campo de la metáfora; pero con una esencia más trascendental… Dejame explicarme: la lamparita se enciende para anticipar ideas acertadas y prácticas; mientras que la vela se enciende para inspirar mociones más profundas anímicamente, aunque no siempre acertadas (como podría ser esta carta).

Al término del segundo párrafo me di cuenta que no tenía más tabaco; entonces bajé a la cocina para buscar orégano (que a los fines prácticos, es lo mismo). Y mientras regresaba a mi escritorio, el shuffle pasó un tema que escuchamos en mi auto cuando hacíamos nuestros tours de sábado. Realmente, qué admirable capacidad teníamos para pasar el tiempo juntos.

Son todos excelentes recuerdos y vale la pena recordarlos.

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