Insignificancia

Hoy en día el hombre tiene acceso a múltiples oportunidades; tanto a aquellas enaltecedoras y alineadas con su naturaleza, como a aquellas alejadas de su naturaleza, las cuales lo convierten en un deshecho. Más allá de las catástrofes naturales que ha sabido soslayar a lo largo de la historia; hoy se encuentra expuesto a nuevas inclemencias del medio: tormentos psicológicos imperceptibles y constantes como la radiación que emiten las ruinas de Chernobyl. Los efectos de la exposición prolongada a esta misteriosa emisión se han manifestado en el ser humano como un nuevo tipo de cáncer: el sentimiento de insignificancia.

La falta de simetría en las relaciones humanas es una de las causas del sentimiento de insignificancia. Entiéndase por simetría al conocimiento mutuo entre dos personas y todo lo que ello trae consigo: amor, respeto, desinterés, odio, etc. Hoy en día, gracias a la presencia absoluta de los medios de comunicación, la cantidad de relaciones simétricas de un hombre es minúscula respecto a sus relaciones asimétricas; por ejemplo: la relación entre un ciudadano y el presidente de su país, la relación entre un espectador y un actor famoso, la relación entre uno y los que están del otro lado del mundo marchando para establecer la paz o los que están poniendo en riesgo al mundo. O sea, uno es capaz de conocer a gente honorable, cuestionable, aborrecible, heroica e incluso saber hasta el mínimo detalle de la vida sentimental de un personaje famoso; sin embargo, ninguno de ellos lo conoce a uno.

Antes, las proezas de un valiente desconocido eran relatadas en sagas de héroes y la muerte sólo podía verse en el seno de la tribu o en el campo de batalla. Es decir, existía una polaridad entre leyenda y cruda realidad; y a cada extremo se le asignaba el valor que le correspondía. Hoy en día el mundo entero pasa delante de nuestros ojos y sólo queda aceptar lo que se ve en la pantalla; ya no hay más lugar alrededor del fuego para las encantadoras leyendas, ni en el pecho del enemigo para el sable de acero. La información convirtió a la realidad en una nítida, pero estéril imagen; que no es ni leyenda ni cruda realidad.

Por algún motivo, la naturaleza determinó que los sentidos del hombre deben limitarse a su entorno; sin embargo, en el afán de quebrar los límites de la naturaleza, aquél creó diversas soluciones ortopédicas para ver y oír lo que pasa al otro lado del mundo. Pero se olvidó de la necesidad orgánica de darle a todos sus sentidos señales coherentes entre sí. El hombre vive una realidad claramente incoherente a nivel orgánico, con lo cual es de esperarse que ello influya en su mente.

La insignificancia está al mirar a los ojos de alguien que no nos ve, al reclamar a alguien que no nos oye, cuando las personas que nos conocen son tan solo un puñado en comparación con las que conocemos, cuando lloramos por alguien que no nos conoce y cuando la muerte se convierte en una estadística.

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