El viaje comenzó en Bolivia a fines de 2003, luego de padecer la más triste desolación. Esa realidad de acuarela se sumergió en una bañera de agua tibia; quedando el agua turbia y el retrato arruinado.
Durante cuatro meses recorrí miles de kilómetros, crucé ríos y mares. Finalmente llegué a Stonehenge, para reencontrarme con el pasado. A partir de allí las reinas de la edad de piedra me acompañaron en todos mis viajes.
Antes de partir de vuelta hacia el país que me mostró la cara más impía de la soledad; una reina de mi tierra me dio el testimonio de la historia de un tal Fogg; quien cruzó el gran desierto a pie. Antes de dejar aquel país, tuve una visión relacionada a ese relato.
Cuando regresé a casa; me hablaron sobre los familiares de las reinas que conocí en Stonehenge. Todos ellos eran viajeros de la ruta. Los encontré en Berlín. Me hablaron de la voz del desierto.
Luego de la muerte de mi hermano partí hacia el encuentro de los viajeros de la ruta. Escoltado por las reinas, crucé los desiertos y montañas de mi tierra; y una vez que logré el objetivo, me di cuenta que el viaje debía seguir.
La respuesta se encuentra en el gran desierto. El día no la ilumina y la noche no la oscurece. Permanece allí, inmutable.
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