Mucho se ha dicho sobre el origen sociológico de los trastornos alimenticios y en la mayor parte de las veces se culpa exclusivamente a los medios de comunicación de fomentar este tipo de conductas enfermas. Pero si únicamente se carga contra los medios y no nos llamamos a la autocrítica, la investigación sobre el origen de este mal quedaría truncada, pues sólo se atacaría a una de las tantas modalidades de propagación de este flagelo.
Dado que siempre han coexistido gordos, rellenos y flacos en todos los pueblos del mundo, no habría motivos para inferir que la discriminación por índice de masa corporal se haya originado a raíz de un suceso social brusco y doloroso; como fuera la esclavitud del negro en los conflictos raciales en América del Norte. Tampoco podría deberse a un rechazo colectivo hacia aquellos que no velan por su propia salud; ya que el tabaco y la bebida son estandartes de la moda desde hace años y su erradicación siempre siguió a principios políticos, más que sanitarios. O sea, no puede asignársele un motivo medianamente racional a esta persecución a los gordos.
De alguna extraña manera, en este último tiempo se asoció tiránicamente el concepto de esbeltez con el de belleza; por el contrario de otras épocas en las cuales, por ejemplo, a las mujeres se las prefería más rellenas porque su estado físico tenía reminiscencias de la abundancia. Por ello, sería acertado apuntar a las modas para poder lograr un mayor acercamiento a la causa del conflicto.
Desafortunadamente, mucho se ha especulado y poco se ha avanzado hasta el momento en la averiguación de las causas sociológicas de este mal. Entonces, antes de seguir intentando cazar a este fantasma, habría que remediar de a poco los efectos y tomar conciencia de que la continuidad de este síntoma se debe, en gran parte, a la vergüenza que siente la gente de decirle a su prójimo "te veo más lindo / a". Muchas veces uno siente el incontenible impulso de destacarle a alguien su corriente estado de belleza; pero por vergüenza, distorsiona el mensaje original y en vez de decir "te veo más lindo / a", utiliza el recurso estéril y menos perfecto de decirle "te veo más flaco / a"… Y paradójicamente, mucha gente suele recibir gustosamente este mismo comentario como un halago, teniendo plena conciencia de que tal declaración dista mucho de ser real.
Entonces así podríamos pasarnos la vida bajando de peso para intentar llamar la atención de la gente, olvidándonos de la triste realidad: que la cara de boludos no nos la quita ninguna dieta.
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