Los Ateos y el Tequila

Discutir sobre Dios con ateos es como tomar tequila: el efecto es tardío.

Generalmente, las más colosales discusiones sobre la existencia de Dios se dan entre un ateo y un creyente. En estos casos, lo que prima es la capacidad de uno para demostrarle al otro que lo que éste intenta demostrar es indemostrable.

Si bien muchos integrantes de ambos bandos caen vencidos durante este crudo combate; el que sale más perjudicado es el creyente: el ateo vencido vuelve a su casa reprochándose su incapacidad de mantener en alto la bandera del materialismo, mientras que el creyente vencido vuelve a su casa preguntándose si todos sus principios son en realidad una farsa. El ateo vencedor regresa a casa orgulloso de su conquista y el creyente vencedor regresa a su casa alegre de haber reivindicado sus principios... Pero su problema no concluye con la deposición de las armas de su contrincante, sino que el cuadro más traumático lo vive al reencontrarse con sus semejantes.

El fenómeno que suele darse cuando el creyente regresa a casa luego de tan cruento enfrentamiento, es que pierde toda perspectiva sobre la imagen de Dios y esto le impide estar en comunión con sus colegas; ya que durante largas jornadas sólo se preocupó por defender la existencia de un Ser Divino -sin quedarle resto para defender la imagen que él mismo tiene de ese Ser Divino-.

Moraleja: "No pierdas de vista lo que estés cuidando, hermano".

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